Leopoldo Alas "Clarín"






Vida

Leopoldo Alas, Clarín, nació en Zamora en 1852 de familia acomodada, aunque pasó toda su vida en Oviedo donde estudió la carrera de Derecho, fue catedrático en la Universidad y murió en 1901. De ideología liberal, adoptó posturas profundamente críticas frente a la sociedad de su tiempo. Denunció la hipocresía, la corrupción política, los convencionalismos, la insolidaridad, la explotación obrera, las injusticias, la falsa piedad, etc.

Obra

Su obra literaria se desarrolló en dos vertientes: la crítica y la narrativa.

Como crítico, la obra de Clarín en este campo está recogida en colecciones tales como Solos. Fue temido por la dureza y la fuerza de sus comentarios. Defendió a escritores malinterpretados en sus obras como Benito Pérez Galdós. Escribió artículos que muestran su excelente formación cultural y su gran talla intelectual. Es probablemente el mayor crítico literario de su época

Como prosista, la obra narrativa de Clarín está compuesta por varias novelas y más de 60 cuentos:

Entre los cuentos destacan Doña Berta, Pipá, y ¡Adiós Cordera¡ Éste último es un emotivo relato en el que se ensalza la vida sencilla frente a los avances y el progreso.

Entre su protección novelística destacan Su único hijo y, muy en especial, La Regenta, obra cumbre de la narrativa española.

La Regenta

Estácompuesta por dos partes de 15 capítulos cada una de ellas. A lo largo de la primera parte sólo transcurren 3 días, ya que en ella predomina la descripción, tanto de ambientes como de los personajes, lo que nos da una idea bastante aproximada de la minuciosidad y el detalle que Clarín aplica. En la segunda parte predomina más la acción, por ello, el intervalo de los quince últimos capítulos es de tres años.

Argumento de la obra: La acción transcurre en Vetusta, ciudad ficticia del norte de España que, desde la aparición de la novela ha sido identificada con Oviedo, tanto por los lectores como por la crítica. Allí vive la protagonista, Ana Ozores, esposa del Regente de la Audiencia, don Víctor Quintanar, mucho mayor que su esposa y de carácter apacible. La joven Ana es una mujer inquieta, insatisfecha y abrumada por la sociedad tradicional y cerrada de la que intenta evadirse a través de la religión, por lo que se relaciona de manera especial con el sacerdote don Fermín de Pas, hombre ambicioso y sin escrúpulos. Cree encontrar el gran amor de su vida en la figura de don Álvaro Mesía (donjuán maduro y, como don Fermín, carece de escrúpulos), que intenta seducirla. El desenlace es desolador: don Víctor muere en un duelo con don Álvaro. Toda la sociedad vetustense, incluido su confesor, don Fermín de Pas, condena por ello a Ana, que acaba siendo despreciada por todos.

Interpretación de la obra: En La Regenta, imponente retrato de la sociedad española del siglo XIX, se analiza, de manera prodigiosa, el ambiente de Vetusta (que bien podría ser el de cualquier ciudad de provincias de la época). Leopoldo Alas destaca en esta obra la hipocresía y la corrupción de la sociedad del momento donde la gente mata su tiempo con total falta de piedad y respeto al prójimo. El autor nos presenta un panorama desolador:   una aristocracia y una burguesía vulgares y corrompida; un clero materialista y ambicioso;  una sociedad, en general, inculta, intransigente, mezquina y aferrada al pasado.

Técnica y estilo: Es una obra de una gran perfección en cuanto a la técnica y el estilo. El carácter naturalista de La Regenta se aprecia, sobre todo, en la presión que la sociedad ejerce sobre los protagonistas, fundamentalmente sobre Ana Ozores y el Magistral, Fermín de Pas. La conducta y el temperamento de ambos personajes están marcados por sus orígenes, por ambiente familiar en que se han educado y por el contorno social en que se mueven.

 Sus características:
  1. La penetración psicológica en el análisis de los caracteres de los personajes .
  2. El portentoso retrato de la sociedad de la época en la que se reflejan todas las clases sociales.
  3. La gran perfección constructiva.
  4. Sus excelentes descripciones.
  5. Su estilo sobrio, elegante y riguroso, combinado con una gran dosis de ironía.
  

La Regenta

Leopoldo Alas «Clarín»

1900

—I—

La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.
Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre esta una cruz de hierro que acababa en pararrayos.