Benito Pérez Galdós





Vida

Nació en Las Palmas de Gran Canarias en 1843 y estudió derecho en Madrid (pero no lo finalizó). Se dedicó desde muy joven a la literatura; muchas de sus novelas se publicaron por entrega lo que le proporcionó dinero para vivir.
Inicialmente liberal progresista, y después republicano, con el tiempo se mostró menos radical y más preocupado por los problemas sociales.
Los últimos años de su vida estuvieron llenos de penalidades: perdió la vista y pasó grandes apuros económicos. Murió en 1920 en Madrid.
Viajó por toda España y la España que vio no le gustaba, y comenzó a indagar para conocer la raíz de los males. Primero en el pasado próximo (cuyo fruto será Episodios Nacionales), luego en la vida que lo rodea (surgen las novelas largas).

Obra

La producción literaria es extensísima. Escribió varias obras de teatro y más de cien obras narrativas.
Las obras narrativas están tradicionalmente clasificadas en dos grandes grupos:

a) Episodios nacionales:
Nos presenta una historia novelada del siglo XIX. Consta de cinco series de 10 novelas cada una, excepto la última serie que está sin acabar (sólo 6 novelas); son un total de cuarenta y seis novelas en que el autor narra los principales acontecimientos del siglo, desde la Guerra de la Independencia contra Francia (1805) hasta la Restauración (1875).
En ellas, Galdós mezcla con gran habilidad acontecimientos públicos (históricos) y privados (novelescos).
Entre otras características, la originalidad de la obra reside en que Galdós escribe en ciertos episodios como Trafalgar o Prim novela histórica contemporánea al autor.


b) Novelas largas:

Sus primeras novelas nacen de sus reflexiones sobre el problema de España.
 En ellas, Galdós nos presenta un mundo enfrentado ideológicamente: los tradicionalistas, intransigentes y apegados al pasado, y los progresistas, más abiertos. Su propósito es criticar el triste frecuente enfrentamiento fraticida (entre hermanos) entre esos dos grupos españoles. Tienen un tema común: la intolerancia. A esta época pertenecen:
  • Gloria.
  • Doña Perfecta, Galdós, movido por sus ideales liberales, acusa de intransigente al catolicismo español.
  • Marianela, cuyo protagonista muere cuando nota que el joven a quien servía de lazarillo advierte su fealdad al recobrar la vista y se enamora de otra.  
  • Este periodo puramente realista empieza con La familia de León Roch marca la transición entre este tipo de novelas a las del periodo puramente Realista, a las que Galdós llamó "novelas españolas contemporáneas", un conjunto de obras en las que refleja la sociedad española de su tiempo.
Personajes de todas las clases sociales deambulan por cualquier ambiente imaginable, movidos por ideales tanto nobles como miserables.
La sociedad española que nos presenta el autor es hipócrita, inculta, falta de ideales con políticos ineptos…
Son de destacar:
  • Miau.
  • Fotunata y Jacinta: cuenta los tormentosos y dramáticos amores de una muchacha de pueblo, Fortunata, con Juanito Santa Cruz, un señorito madrileño que se casa con una joven burguesa, Jacinta. 
En las últimas novelas, Galdós se muestra más pesimista y denuncia la falta de cariad y amor hacia las personas menos favorecidas, la injusticia, el desagradecimiento, el egoísmo… Sirva de ejemplo Misericordia. El autor pinta con simpatía la abnegada generosidad de la Señá Benigna, oponiéndola al egoísmo de sus amos, que la abandonan olvidando los sacrificios que hizo por ellos.

Como dramaturgo, Galdós inició muy tarde su carrera y entre sus obras destaca El abuelo.

Características:
  1. Emplea retrato: la descripción es detallada y minuciosa.
  2. Su postura es la del narrador omnisciente y aparece en el texto con frases dirigidas al lector a quien pretende orientar a la interpretación de los hechos.
  3. Cuando describe o narra no le importa “decirlo todo”.
  4. En sus descripciones usa mucho el adjetivo.
  5. El diálogo de los personajes es ágil y fiel a la realidad.

Cádiz en el s. XIX

Cádiz

Benito Pérez Galdós

(1878)
I 
      En una mañana del mes de Febrero de 1810 tuve que salir de la Isla, donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz, obedeciendo a un aviso tan discreto como breve que cierta dama tuvo la bondad de enviarme. El día era hermoso, claro y alegre cual de Andalucía, y recorrí con otros compañeros, que hacia el mismo punto si no con igual objeto caminaban, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz; examinamos al paso las obras admirables de Torregorda, la Cortadura y Puntales, charlamos con los frailes y personas graves que trabajaban en las fortificaciones; disputamos sobre si se percibían claramente o no las posiciones de los franceses al otro lado de la bahía; echamos unas cañas en el figón de Poenco, junto a la Puerta de Tierra, y finalmente, nos separamos en la plaza de San Juan de Dios, para marchar cada cual a su destino. Repito que era en Febrero, y aunque no puedo precisar el día, sí afirmo que corrían los principios de dicho mes, pues aún estaba calentita la famosa respuesta: «La ciudad de Cádiz, fiel a los principios que ha jurado, no reconoce otro rey que al señor D. Femando VII. 6 de Febrero de 1810».
     Cuando llegué a la calle de la Verónica, y a la casa de doña Flora, esta me dijo:
     —¡Cuán impaciente está la señora condesa, caballerito, y cómo se conoce que se ha distraído usted mirando a las majas que van a alborotar a casa del señor Poenco en Puerta de Tierra!
     —Señora—le respondí—juro a usted que fuera de Pepa Hígados, la Churriana, y María de las Nieves, la de Sevilla, no había moza alguna en casa de Poenco. También pongo a Dios por testigo de que no nos detuvimos más que una hora y esto porque no nos llamaran descorteses y malos caballeros.
     —Me gusta la frescura con que lo dice—exclamó con enfado doña Flora—. Caballerito, la condesa y yo estamos muy incomodadas con usted, sí señor. Desde el mes pasado en que mi amiga acertó a recoger en el Puerto esta oveja descarriada, no ha venido usted a visitarnos más que dos o tres veces, prefiriendo en sus horas de vagar y esparcimiento la compañía de soldados y mozas alegres, al trato de personas graves y delicadas que tan necesario es a un jovenzuelo sin experiencia. ¡Qué sería de ti—añadió reblandecida de improviso y en tono de confianza—, tierna criatura lanzada en tan temprana edad a los torbellinos del mundo, si nosotras, compadecidas de tu orfandad, no te agasajáramos y cuidáramos, fortaleciéndote a la vez el cuerpecito con sanos y gustosos platos, el alma con sabios consejos! Desgraciado niño... Vaya se acabaron los regaños, picarillo. Estás perdonado; desde hoy se acabó el mirar a esas desvergonzadas muchachuelas que van a casa de Poenco y comprenderás todo lo que vale un trato honesto y circunspecto con personas de peso y suposición. Vamos, dime lo que quieres almorzar. ¿Te quedarás aquí hasta mañana? ¿Tienes alguna herida, contusión o rasguño, para curártelo en seguida? Si quieres dormir, ya sabes que junto a mi cuarto hay una alcobita muy linda.
     Diciendo esto, doña Flora desarrollaba ante mis ojos en toda su magnificencia y extensión el panorama de gestos, guiños, saladas muecas, graciosos mohínes, arqueos de ceja, repulgos de labios y demás signos del lenguaje mudo que en su arrebolado y con cien menjurjes albardado rostro servía para dar mayor fuerza a la palabra. Luego que le di mis excusas, dichas mitad en serio mitad en broma, comenzó a dictar órdenes severas para la obra de mi almuerzo, atronando la casa, y a este punto salió conteniendo la risa la señora condesa que había oído la anterior retahíla.